Los Crepúsculos del Alma
Por Jerónimo García Pérez (Jegarpe)
Publicado en Smashwords
2017
LPI: Registro Central de la Propiedad Intelectual
Nº registro AB-3-2014
Nº de asiento registral 00/2014/692 Madrid
TABLA DE CONTENIDO
Introducción 2013
Prólogo 1983
Composiciones íntimas
Versos viajeros
Décimas viajeras
Octavillasviajeras
Desde la terraza
LOS CREPÚSCULOS DEL ALMA
Jerónimo García Pérez
(Jegarpe)
INTRODUCCIÓN 2013
En 1983 escribí un libro de poemas con el título de Los Crepúsculos del Alma. Tenía entonces 48 años. Mi vida transcurría tranquila y pacífica, acomodada ya a la ciudad y habituada a mi profesión y a mis esporádicos viajes de los veranos y de los fines de semana para dotarla de esa esquiva vitalidad que parecía faltarle. El libro que tenéis entre las manos es la expresión escrita de esos momentos en los que el alma se duele de la soledad, esa soledad despiadada y artera que no ha dejado de acompañarme nunca. Está expuesto en forma de diario, forma que he empleado con frecuencia en mis escritos.
Puede decirse que, aunque no están citadas expresamente en el libro, existen dos partes bien diferenciadas en él. La primera, compuesta por 19 poemas extensos que ocupan la mayor parte del mismo, en los que se advierte un intimismo propio, unos rasgos emocionales que no quise evitar y que hablan del estado anímico en el que me hallaba. Otra segunda parte la constituye una serie de poemas más breves a los que yo llamo composiciones o versos viajeros, elaborados en los múltiples viajes que realicé por España en aquellos tiempos.
He querido introducir en esta ocasión imágenes y fotografías que forman parte del manuscrito original que conservo de LOS CREPÚSCULOS DEL ALMA, fotos que yo mismo obtuve, en su mayoría, por la época en que compuse el mencionado libro.
ALBACETE, 31 de Diciembre de 2013
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PRÓLOGO 1983
Cuando el alma ha viajado tanto y tanto, buscando el sentido de su peregrinación, sin encontrarlo, cuando el alma se ha acostumbrado a su soledad con el paso de los años, busca nuevos asideros de fe hurgando en la entraña de los sentimientos que ya se han quedado lejos.
Ese mirar atrás, ese volver a recrearse en los momentos vividos, ese renacer indoloro en el recuerdo, ese evocar que no se acaba nunca, son los caminos que entretejen nuestras propias vidas y que nos gusta recorrer porque son lo único verdaderamente nuestro que tenemos, la única huella de nuestro paso intrascendente por el mundo.
Es necesario hacer un alto en el camino aunque la sociedad materialista en la que estamos inmersos nos lo haga difícil. Y soñar. En una ocasión escribí: "Nos falta el romanticismo de los grandes soñadores, la fe de los denostados idealistas, la arenga sencilla y buena de los poetas, de los creadores." Sí. Pienso que es necesario soñar. Soñar no nos hará más prácticos, pero sí mejores.
Los Crepúsculos del Alma es un libro de poemas que he ido escribiendo poco a poco, en esos ratos vacíos que existen en nuestro quehacer cotidiano y, al escribirlos, he tratado de encontrar, en el pasado, ese sentido esquivo de mi peregrinaje por el mundo.
Siguiendo la costumbre de anteriores libros, he añadido al final, a modo de crónicas viajeras, algunos poemas que son el testimonio vivencial de una serie de viajes por mí realizados.
El autor
LA BREGA DE TODOS LOS DIAS.
Que alumbre mi alma desnuda,
que aliente mi vida,
la brega de todas las horas,
de todos los días,
que no desfallezca jamás esa fuerza
bendita
que nace conmigo cuando abro los ojos
al alba recóndita y fría,
que duerme
conmigo en mi noche infinita,
que está en ese afán que me empuja adelante,
que lucha y porfía
conmigo,
que me hace ir amando las cosas sencillas,
que mueve mi pluma
llenando de auroras mis horas vacías.
Ser onda en la luz sin fronteras,
ser ala en el viento sin bridas,
pasar con el agua que pasa,
saberme en la prisa
que no acaba nunca, que va distrayendo
la idea de muerte que mora escondida,
doliéndome adentro,
que grita,
que llama
pugnaz y que no quiero oírla.
Que no desfallezca esa fuerza
bendita
que alumbra mi alma desnuda,
que alienta mi vida.
Que no me abandone
la brega de todos los días.
AYER, CUANDO SOÑABA.
Ayer, cuando soñaba sueños de hombre,
cuando soñaba
linderos en los que iban floreciendo
mil esperanzas,
solía contestarme a las preguntas
que me brotaban
del renacido corazón abierto
con un: Mañana...
Y ahora que paso aprisa con las cosas
que se me escapan
-sin que yo pueda asirlas- de las manos,
leves y vanas,
voy voceando: Hoy, hoy... con una fe
que no tiene alas.
Mañana -ese mañana del ayer,
ese mañana
repleto de ilusiones y de sueños
y de esperanzas-
ese mañana próximo que pisa
con mis pisadas,
que nace y se agiganta en cada paso,
que intuye el alma,
quizás mi voz susurre: Ayer, ayer...
cuando soñaba,
cuando en mis manos iban floreciendo
mil esperanzas...
SI NO HUBIERA UNA ESPERANZA.
¿De qué arcilla,
de qué barro
deleznable,
de qué polvo estoy formado
que hoy se rompe en mil fragmentos
en mis manos
y mañana
nace firme, renovado,
resurgiendo como intáctil ave fénix
en su blando
sedimento de cenizas?
¿Qué remota luz, qué extraño
resplandor intuye mi alma
tras el lloro desgarrado
de un suspiro, tras la angustia
de una lágrima impensada, tras el daño
de un adiós inevitable,
de un camino renunciado?
¿Qué razón, qué fe, que Dios me guiaría
si no hubiera un renacer en cada paso,
si no hubiera una esperanza en cada muerte,
si no hubiera un resurgir en cada ocaso?
¿Qué ilusión me quedaría
si no hubiera tras la noche el día ansiado,
si no hubiera una triunfante primavera
tras el velo de un invierno descarnado,
si no hubiera un sol grandioso
glorificando los campos,
tras las sombras tenebrosas que se aferran
al corazón solitario,
dejándolo sin caminos,
desnudo y desheredado,
como un niño a quien le niegan
caricias, mimos y halagos?
¿Qué ilusión me quedaría
si no hubiera una esperanza a cada paso?
SOMOS AMIGOS.
A mi amiguito Javi, que ha sido como un hijo para mí.
Dame la mano, como los hombres,
así, con fuerza...
Y no me beses,
que no se besan
los hombres, ¿sabes?
Y no te creas
que ya no vamos a vernos nunca.
Somos amigos, somos, de veras,
buenos amigos,
como cuando íbamos a la escuela:
tú, con tu carga de azules sueños,
tus cinco años y tu cartera
llena de libros y de ilusiones,
yo, con la cruz de mi noche a cuestas;
tú, con tu cúmulo de preguntas interminables
que no tenían fácil respuesta,
yo, con mis burdos razonamientos
y mi pugnaz corazón de poeta;
tú, un hombre en ciernes,
yo, un niño grande lleno de ideas...
Parte. Y no pienses
que la distancia es una barrera.
Cuando se cubra
la piel reseca
de la llanura
de flor y yerba,
tomaré el coche,
me llegaré hasta tu casa nueva,
te tomaré de mi mano e iremos,
igual que ayer, a dar una vuelta
por esos campos
bañados ya por la suave luz de la primavera.
Quizás hagamos
un alto junto a la carretera
para adentrarnos
por la vereda
del sotobosque que te gustaba, entre las encinas
llenas de polvo, cetrinas, romas y macilentas.
Puede que hagamos una incursión por el río Júcar
para que arrojes cantos y piedras
sobre las aguas,
entre los juncos de la ribera.
O acaso hagamos
una escalada por la ladera
pina del monte,
salvando sotos, pisando breñas.
Somos amigos.
Somos, de veras,
buenos amigos.
Así que, parte, no te entristezcas...
Y no me beses,
que no se besan
los hombres, ¿sabes?
Tan sólo dame tu mano buena,
tu mano cálida y candorosa,
como los hombres, así, con fuerza.
31 enero, 83.
NUNCA QUISIERA DETENERME.
Nunca, nunca quisiera detenerme
para mirar atrás.
Siempre seguir andando, sin renuncias
que me hagan vacilar.
Tener una ilusión para el camino
que aún resta por andar,
sentir un sueño en las vacías manos
haciéndose cantar
y un verso que me vaya redimiendo
de tanta soledad.
Nunca, nunca quisiera detenerme
para mirar atrás.
Pasar sobre las cosas, sin tocarlas,
sin que la voluntad
arraigue en el camino y ya no sepa
cómo continuar,
sin que el versátil corazón afinque
o anhele regresar.
Nunca, nunca quisiera detenerme
para mirar atrás
y verme convertido en una estatua,
como un Lot actual...
Sólo seguir andando, siempre andando...
Sólo pasar, pasar...
LA ILUSION.
Pequeña, vacilante,
nació con los primeros
destellos de la aurora,
tembló de frío luego,
como los gorriones, curtidos en las recias
escarchas de febrero,
pugnó en la luz amable y gentil del mediodía,
contra su propio miedo,
colgada en un suspiro
se fue trocando en sueño
desperdiciado, errátil, en la rosada tarde,
vagó sin fe, indecisa, voló sin rumbo, en medio
de las madrugadoras tinieblas de la noche.
No preguntéis a dónde se habrá ido ni en qué lecho
reposará, perdida,
sin alas y sin techo...
Mañana, con la aurora,
renacerá de nuevo.
Recorrerá los mismos caminos inasibles
de ayer y de hoy (de siempre)con encomiable empeño.
Será leve aureola de luz en la alborada,
latido mañanero,
hervor evanescente en la tarde declinada,
jirón fugaz de sombra y suspiro nocherniego...
No preguntéis a dónde
se habrá ido ni en qué lecho
reposará perdida,
sin alas y sin techo.
Se fue por los caminos
difíciles e inciertos
de la rimada noche,
ligera, con su carga de imprevisibles sueños,
apátrida y vacía...
Se fue con su secreto
TRILOGÍA PARA EL INVIERNO.
I.NIEVE.
Los copos de nieve revuelan,
errantes,
inquietos
y grandes.
La nieve ha venido.
La nieve, que invade
los campos resecos del llano,
que deja temblando de frío las aves.
La nieve, que hermana la tierra y los cielos,
que cubre los árboles
de pomos blanquísimos,
iguales
que suaves vellones de lana,
que deja traslúcido el aire.
La nieve ha cubierto también
con su blanca mortaja las calles
de la urbe, dejándolas solas,
sumidas en un insondable
y extraño silencio
que llena de muertes amables
el alma,
dañada por ese alevoso y adáctilo cáncer
urbano.
La nieve ha venido. La nieve, que cae
vistiendo de albura los rectos cipreses,
los altos abetos, los pinos del parque,
que extiende su alfombra
de pétalos ampos y suaves
cubriendo los grises asfaltos,
los rojos tejados, los graves
e inmóviles coches,
que yacen
sepultos, debajo,
como álgidos, yertos cadáveres.
Los copos de nieve revuelan
errantes,
inquietos
y grandes,
fingiendo ser orlas de luz, mariposas
gigantes,
de nítidas alas,
pavesas flotantes
que suben y bajan,
que baten,
con dulce concento,
delante
de mí, delicadas y puras,
llamando en los fríos cristales.
¡La nieve ha venido!
¡Bendita la nieve que invade
los campos resecos,
que llena de muerte las calles
de la urbe,
los pinos del parque
II.FRIO.
Veinte grados bajo cero.
Frío y nieve
por las calles solitarias
de Albacete.
Semejando estalactitas,
se retuercen
los carámbanos de hielo, que se afilan,
como dientes
descarnados
y crueles,
descolgándose de aleros y cornisas,
aferrándose con rabia a las paredes
y a las ramas de los árboles, desnudas,
indolentes.
Voy a casa, de regreso,
por las calles solitarias de Albacete,
con el cuello hasta los ojos.
Voy sintiendo como un frío de alfileres
en mi cara
y en mi frente.
Voy a casa, de regreso,
con pie torpe y alma ausente,
mientras trenza cien figuras inasibles
el aliento, que se cierne,
que se criba y se condensa
sobre el aire transparente
de la noche.
Frío y nieve.
Veinte grados bajo cero.
La luz sepia de los altos fluorescentes
reverbera,
cegadora, impertinente,
por las calles solitarias
de Albacete.
III.DESHIELO.
Ya ha comenzado
la cantinela
martilladora y obsesionante
del agua sobre el cemento duro de las aceras,
sobre el asfalto gris de las calles.
Tamborilean
en las arcillas y en el metal de
las canaleras
los goterones. Monotonía.
Es la canción de la nieve, sorda, que se deshiela,
mancilladora,
que enloda, artera,
la inmaculada y virgen blancura,
que trueca en cieno la esplendorosa y nívea pureza
del esponjoso y cristalizado maná caído
desde los cielos hasta la ayuna y sedienta tierra.
Monotonía sin fin del agua,
que se desliza desde las yertas
y endrinas ramas de las coníferas, en el parque,
desde las ramas caducifolias y macilentas,
en las acacias de los paseos
y en las apáticas alamedas
de los jardines de la ciudad.
Repiquetea
sobre los toldos,
sobre la piedra,
con pertinaz machaconería,
la cantilena
sorda y monótona de la nieve
que se deshiela.
Y el corazón se me va llenando
de gozo porque presiente cerca
los esplendores
de la polícroma primavera,
que cubrirá los linderos yermos de la llanura
de flores frescas.
¡AY, EL CORAZÓN!
¡Ay, los sentimientos,
que no se deciden a decir adiós!
¡Ay, el alma sola,
sin una esperanza, sin una ilusión,
que no se acostumbra con su soledad!
¡Y, ay, el corazón,
que no se resigna con su vaciedad, que no tiene amor
Sin senderos ando. No sé de mi origen.
No sé de mi Dios.
No sé de mi meta.
Busco en mi camino sin luces la luz,
esa luz lejana, siempre presentida,
faro y guía de mi peregrinación.
Y ando, y ando, y ando,
por costumbre, ausente, pero con tesón,
con los sentimientos, con el alma sola,
con las vaciedades de mi corazón.
¿HABRÁ UNA PUERTA ABIERTA?
¿Habrá una puerta abierta?
¿Se acabará el camino
o empezará el camino? ¿Será el final absurdo?
¿Será el total principio?
¿Renaceré de nuevo?
¿Me iré sin mí o conmigo?...
Si no alentara siempre dentro de mí esta duda
que me hace ser un ente que pasa, un peregrino
sin nombre, un desterrado juglar que va cantando
las muertes que ha vivido
con versos que pretenden
ser puros e infinitos,
que aspiran, jactanciosos, poder sobrevivirme
¿qué terrenal resorte, qué célico designio,
podrían redimirme
de todo el pesimismo,
de todas las angustias
que van lastrando el alma y cegando los sentidos?
¿Habrá una puerta abierta?
¿Me iré sin mí o conmigo?
¿Me dejaré en la tierra
las muertes que he vivido?
¿No habrá un lugar sin nombre de salvación remota
para el amorfo espíritu?
¿Me ha de doler adentro la idea de dejarme,
como un objeto inútil, aquello que creí mío?
¿Me han de enterrar, acaso,
con la ancha incertidumbre de haber sido o no sido?
¿Han de cubrir con tierra
tan sólo mi vacío?..
Me llena de pavura
mi trágico y efímero
vagar por este mundo, pero me queda adentro
la duda de sentirme, yo solo, yo individuo...
de ser yo únicamente. ¡Señor, no me la quites!
¡Déjame ser yo mismo,
yo mismo, con mis versos llenos de incertidumbre,
yo mismo, hecho lamento, yo mismo, hecho latido!
¡Que pueda preguntarme, Señor, cada mañana,
cuando despunte el día, sin fe, dubitativo:
¿Habrá una puerta abierta?
¿Se acabará el camino?
TE AMÉ HACE TANTO TIEMPO...
Te amé hace tanto tiempo
que apenas lo recuerdo.
Flotaban en el aire
la voz de los insectos
y el trino de las aves.
Bañábanse las mieses
del sol dorado y flojo
de los atardeceres.
Olía a tierra nueva
y a flor temprana el campo.
Era la primavera.
Te amé hace tanto tiempo
que apenas lo recuerdo.
Solía reclinarme
de espaldas, junto al olmo,
caída ya la tarde.
Y tú llegabas, luego,
con una rosa roja
sobre tu pelo negro,
con tu mejor vestido,
llenándome de un suave
perfume los sentidos.
Te amé hace tanto tiempo
que apenas lo recuerdo.
La acequia transcurría
junto a nosotros, lenta,
mimosa, cantarina...
Yo te miraba, absorto,
perdido en el hechizo
meloso de tus ojos.
También tú me mirabas.
Guardábamos silencio.
Sobraban las palabras.
Te amé hace tanto tiempo
que apenas lo recuerdo.
Por eso, hoy, cuando pasas
-marchitos ya los ojos,
arrugas en la cara-
sonriendo, por mi lado,
me llena de congojas
haberte amado tanto
y se me ponen tristes
el corazón y el alma...
Y sólo sé decirte:
Te amé hace tanto tiempo
que apenas lo recuerdo.
BÚSQUEDA.
Caminante,
tantos años sin camino,
soñador que ya no sueña,
peregrino,
buscador infatigable de su origen
sepultado en la tiniebla de los siglos,
ave apátrida y andante caballero
siempre en pos de ese grial desconocido,
siempre en pos de sus raíces
dispersadas en el cosmos infinito...
Así voy por este mundo,
tan vacío,
tan desnudo
de mí mismo,
dolorosamente solo
y esencialmente indiviso,
con la angustia de ir pasando
sin poder llevar conmigo
sólo un poco de las cosas
que he tenido y no he tenido,
con la pena de marcharme para siempre
sin dejarme un algo mío.
Así voy por este mundo:
Ciego y torpe, caminando sin sentido,
sin un dios que me gobierne,
sin un rayo de áurea luz, leve, decíduo,
que ilumine mi camino,
sin un copo de esperanza,
como un pájaro sin nido,
como un náufrago que lucha
contra un mar enfurecido...
Caminante,
peregrino,
tantos años
sin camino,
soñador que ya no sueña,
sólo un átomo del éter infinito,
sólo un hombre extraviado,
sin anhelos y sin ansias, en el frío
secular del universo,
sólo un hombre consumido
por el miedo y la impotencia.
Así voy por este mundo: sin atisbos
de esperanza,
tan desnudo de ilusiones, tan vacío...
EL MAR DEL TIEMPO.
Como una navecilla frágil, tímida,
desarbolada, anónima,
navego por el mar difícil y único
por el que vamos navegando, apátridas,
los hombres, por el gélido
y oscuro mar del Tiempo, revolviéndome,
pugnando solo contra la vorágine,
ciego, sin fuerzas, fláccido.
Oigo, sutil, el cántico,
meloso y esotérico,
de mil sirenas, lejos, invitándome.
Y oriento hacia la célica
llamada la alta proa de mi tránsfuga
y endeble nave, undívaga,
con una fe telúrica
recién nacida que seduce al ánima.
Pero porfío en vano. Son inútiles
y yermos mis esfuerzos. Va llevándome,
sin que yo pueda contenerlo, el ímpetu
de la corriente adáctila
del Tiempo unidireccional y unívoco.
Cronos voraz, insatisfecho y pérfido,
que no cede en sus ansias, va tragándose
las ilusiones que me nacen, ápteras,
las esperanzas fúgidas
que va creando el alma melancólica
cada mañana, para hacerse lágrima,
dolor y sentimiento, en la calígine
confusa del crepúsculo,
dejándome otra vez desnuda, inválida,
mi navecilla errática,
sin rumbo, al sesgo de la mar inhóspita,
luchando brava, pertinaz, romántica,
contra las olas, en su trágica
y asendereada hégira,
buscando el faro salvador, lucífero,
que la conduzca al puerto lejanísimo,
perdido entre las brumas, hipotético,
refugio de los sueños del espíritu.
Como una navecilla frágil, tímida,
navego y lucho contra la vorágine
del Tiempo en el mar único
por el que vamos navegando, apátridas,
pequeños y románticos,
tras de los sueños fúgidos
que moran en la noche de la nébula.
¡CUÁNTAS RENUNCIAS!
¡Cuántas renuncias, cuántas,
dormidas en el alma!
Cantares en las noches nevadas del invierno.
Canciones de la infancia,
sepultas en el tiempo,
perdidas y olvidadas.
Trajín de nochebuenas en los diciembres fríos,
revuelos de campanas,
y, entre el olor a inciensos y a ceras, el recuerdo
materno de una lágrima,
cuando aún no ensombrecían la mente de los hombres
la imagen fabricada
ni el aluvión artero
y hostil de la palabra,
viajera de las ondas
alígeras, hertzianas.
¡Cuántas renuncias, cuántas,
dormidas en el alma!
Silencios misteriosos de la naturaleza
radiante, agreste y brava,
con cálidos murmullos del Júcar en las horas
pesadas del estío, con rocas calcinadas,
en las que se advertían,
por las laderas blancas,
corrales y casonas,
caminos sinuosos y cuevas milenarias,
encinas polvorientas y cuervos graznadores,
cuando aún no mancillaban
la puridad del campo
ni tráficos ni máquinas.
¡Cuántas renuncias, cuántas,
dormidas en el alma!
Veranos calurosos
con voces de cigarras
en la hora de la siesta,
con juegos en el parque en la tarde declinada,
con días callejeros y noches vagabundas
de juveniles pandas,
cuando Albacete apenas si era una ciudad íntima,
tranquila y recatada.
¡Cuántas renuncias, cuántas,
dormidas en el alma!
CARDOS.
Ladera arriba, cardos.
Cardos, ladera abajo.
Llenos de sol los ojos,
entrecerrados,
el alma vagabunda y solitaria
y el corazón, cansado...
Al frente, un canto antiguo de sirenas,
un sedicioso canto,
que, tantas veces,
ha sido el faro
remoto y redentor de mis porfías,
de mis empeños vanos.
A mis espaldas,
el aleteo cálido,
la dulcedumbre artera
de tantos, tantos
gratísimos recuerdos.
Cardos, ladera abajo.
Cardos, ladera arriba.
De un lado está el azar innominado,
desconocido,
que me cautiva, que me está llamando,
con voces de las que no sé zafarme.
Del otro lado,
las dulces horas,
los buenos ratos,
las remembranzas que me han hecho leve
la carga de los años,
los sueños que han llenado mi camino
difícil y arduo,
de amenas primaveras.
Ladera abajo, cardos.
Cardos, ladera arriba.
¿Qué hacer? ¿Seguir andando?
¿Seguir buscando ese grial ignoto,
recóndito, inasible, imaginado?
¿Quedarme a la mitad, en la ladera,
solo y nostálgico,
con el dolor adentro
de cien caminos renunciados?
¿Futuros o recuerdos?
¿Porfías o pasado?
Desde la luz del corazón abierto,
del corazón cansado,
que no comprende
lo inútil de ir andando,
que nunca se resigna
con el ardor incontenible y vario
de mi sentir de vate, con la fe
pugnaz de peregrino y desterrado,
me digo, con firmeza, convencido:
Seguir andando...
Y miro más arriba,
solo y nostálgico
-cargado de recuerdos
que hacen más rico el corazón cansado,
más leve la andadura-
cardos y cardos.
TE RECUERDO CON AGRADO.
Te recuerdo con agrado.
Son recuerdos del ayer que no se olvidan,
que se meten en el alma,
que perduran y que anidan
para siempre,
como símbolos de fe, en la entraña misma.
Te recuerdo con agrado.
Yo era un niño todavía.
Y tú eras
la primera de las niñas,
la princesa
caprichosa y consentida,
la más alta recompensa
que solía
presidir nuestras ardientes
correrías
infantiles.
Son recuerdos del ayer que no se olvidan.
Y una tarde
calurosa y soporífera
del estío albaceteño
te besé, sin comprender por qué lo hacía,
de una forma
subrepticia,
brevemente,
sin malicia.
Y noté, sin que pudiera contenerlo,
que un calor se me subía a las mejillas...
La vergüenza
que sentía
no logró que se borrara de tu rostro
la sonrisa, esa sonrisa
pertinaz, irritadora,
zalamera e indefensiva...
Nos hallábamos a solas,
distanciados, sin querer, de la pandilla.
Se escuchaban los insectos
en la atmósfera tranquila
de la siesta.
Más allá rumoreaban las espigas
en un campo de infinitas lontananzas,
de infinitas lejanías,
hoy sepultas bajo el hierro y el cemento
de la urbe que ha crecido tan aprisa.
Te recuerdo con agrado,
dulcemente, amiga mía,
¿o es la trágica nostalgia
de las horas ya perdidas,
de la infancia que no vuelve,
de los días
que se han ido para siempre, sin remedio?
Son recuerdos del ayer que no se olvidan,
sentimientos que nos duelen,
que enriquecen nuestras vidas
desoladas
y vacías,
nuestras vidas sólo nuestras,
esencialmente distintas.
TU LLAMADA ANONIMA.
A una voz anónima de mujer que me vino en alas del
hilo telefónico una noche de cuarto creciente de junio.
Me hallaba en la amable quietud del despacho,
yo solo,
sin tiempo, escribiendo,
lo mismo que siempre, en mis horas de ocio.
La luna, a través del cristal, dibujaba
su claro contorno,
su cuarto creciente, su risa de plata,
su seno redondo.
Sonaba,
de fondo,
Chopin en la noche.
De pronto
llegó tu llamada
llenando de luces mi sueño indoloro,
llegó tu mensaje
dulcísimo, tierno y anónimo...
Palabras, palabras, palabras,
tan sólo
palabras,
elogios
que hiciéronme amarte en tu voz cadenciosa
venida no sé de qué mundos ignotos.
No supe quién eras
ni quise saberlo tampoco,
ni quiero saberlo ya nunca.
Me queda el recuerdo bendito y hermoso
de tu íntima voz, calidísima, suave.
Me queda el romántico tono
de tu almo susurro,
lejano, insinuante y meloso.
Me queda el mejor sentimiento
de todos:
Saber que hay un alma gemela de mi alma,
que hay cónsonos
sentires que tañen idénticas liras,
que van sepultando en el lodo
de tantos caminos andados,
las bregas, los logros
de todos los días,
los sueños que fueron haciendo más corto,
más leve, el humano destierro.
Ignoro
tu nombre,
tus ojos,
tu cuerpo,
tu rostro.
Tan sólo -me basta con eso-
conozco
tu voz suave y dulce,
tu hermoso
mensaje de amor en la noche...
Me basta con eso tan sólo.
La luna afilaba
su cuarto creciente en un cielo remoto.
Me hallaba escribiendo en la amable
quietud del despacho, yo solo.
Sonaba un Chopin melancólico y triste
de fondo.
IR AMANDO.
Me asusta tanto, tanto, la idea
de irme y dejármelo todo a medio...
Me aterra el paso
fugaz del tiempo
que pone lindes a mis telúricas andaduras
a mis humanos y arduos esfuerzos
que pone trabas
a tantos sueños.
Me quedan tantas y tantas cosas
que aún no he hecho, que he de hacer luego…
Mientras un rayo de sol penetre
todos los días hasta mi lecho
y abra mis ojos, esperanzados,
al día nuevo,
mientras murmuren en mis oídos
el aleteo
de las alondras madrugadoras,
los bravos cierzos
de la llanura
y las nevadas de los inviernos,
mientras me queden
versos adentro
y prevalezcan sobre las muertes
de cada día los anchos sueños,
las ilusiones y las porfías
que van haciendo
fácil la brega, suave el camino,
leve el destierro,
mientras impulse
mi fe todo eso,
mientras alienten
sentires y ansias en mí, sabedlo,
tendré un motivo
para ir amando este cautiverio
que me aherroja.
Sólo por esto
me asusta tanto, tanto, la idea
de irme y dejármelo todo a medio.
LOS OJOS QUE ME MIRAN.
Los ojos que me miran,
dulcísimos y tiernos,
me halagan y me intrigan.
Son ojos reidores,
ojos de niña casi,
que ya saben de amores.
Presiento que los suaves
ojos que así me miran
ya me miraron antes.
¿Puedo encontrar el mismo
fulgor en su mirada
que el que creí perdido?
¿Pueden caber a un tiempo
las dos -la madre y la hija-
en un único sueño?
¿Puedo sentir la misma
mirada de la madre en
los ojos que me miran?
Bendita la mirada
que está haciéndome joven
el corazón y el alma.
Bendita esa sonrisa
y ese candor. ¡Benditos
los ojos que me miran!
ANDADURA.
Nació sin ser notada,
como un rayo de sol furtivo y tenue.
Primero fue un raudal de fantasía.
Bebió en la fuente
del mito y de la fábula.
Vivió con dioses y reinó con reyes,
desenterró leyendas
de viejos héroes.
Por tus empresas sin par,
por tus hazañas valientes,
yo te doy la juventud
y la vida para siempre,
y te concedo la dicha
de los dioses del Olimpo
y junto a mi hija Hebe.
Quiso encumbrarse luego
con un lenguaje clásico y solemne,
quiso vestirse de oro
y sólo fue un proyecto de oropeles.
Demuéstrale al Olimpo de importunos
dioses,¡oh, Zeus!, tu razón y enconos:
que no impidieron tus amores Junos
ni a tus hazañas estorbaron Cronos.
Fileos digan, Barbas y Pilunnos,
que tu poder obrando hallaste tronos.
Marcó más tarde
su adusta juventud espinescente,
con huella que perdura todavía
y que ha de ser su impronta para siempre,
la soledad artera,
la soledad aleve,
que hizo que el alma
se estremeciese,
como un niño sin mimos
y sin juguetes,
que va languideciendo poco a poco,
mas supo anclar y fue haciéndose fuerte
en el santuario de su soledad
omnipresente.
Yo te quiero como eres,
sólo mía, sin anhelos y sin ansias,
fría y bella,
soledad...
y sin alma,
soledad....
Comprendió pronto
la rectitud de la palabra muerte,
la vanidad de todo,
la inútil fe en un mundo evanescente
y fue menor su fe que su esperanza,
y su ambición en ciernes
que el inasible cielo de sus sueños
impenitentes.
Cada mañana me nacen
una esperanza y dos muertes,
una voz y cien silencios.
¡Ay, Señor, cómo me duelen
los silencios que me nacen,
las muertes que se me mueren!
Fue abandonando
su prístino decir grandilocuente,
su rimbombante y clásico lenguaje.
Cubrió sus desnudeces
con el ropaje
liviano y transparente
de sus callados y hondos sentimientos,
de sus renunciaciones tantas veces.
¡Ay, si pudiera quedarme
con lo que se queda atrás
y no volver nunca más!
¡Ay, si pudiera llevarme
palabras, para encontrarme
conmigo mismo, en el lento
peregrinaje! Las ciento
que sólo mi pluma sabe
me llevaría: Sol, ave,
camino, voz, ola, viento...
Y fue creciendo
más libre, menos débil,
acostumbrándose a su soledad,
amándola, consciente,
como algo propio que ha echado raíces
adentro y que, a la vez, agrada y duele.
Amar la vida es amar
la soledad que hay en mí,
los versos que no escribí,
los sueños que he de soñar.
Buscó, sin conseguirlo,
caminos eximentes
en el amor, que se mostró indeciso
y esquivo, siempre.
Y es mi llamada un soplo
que quiere penetrar tu corazón,
sin mancillarlo,
para decirte, quedo:
Si me necesitas, llámame.
Si me quieres, óyeme.
Si me amas, sígueme.
Oteó horizontes nuevos
para su inquieto corazón inerme
y aventurero
en el mensaje antiguo y permanente
de la naturaleza.
Viajó y halló placeres
jamás sentidos antes,
en la belleza agreste
de los paisajes,
en el carmín de los atardeceres,
en el misterio surto
de una vetusta ruina, en la que duermen
los personajes
de cien leyendas crueles,
en los umbrosos claustros
de ojivas amplias y aéreos capiteles.
Umbrías confortantes
del olmedal.
Verdiamarillas cumbres,
Guadalaviar.
Arriba, gris,
trepando por los riscos,
Albarracín.
Cantó a las tierras duras,
a las solemnes
llanuras de La Mancha,
a las que un día deberá acogerse
para enterrar en ellas lo que lleva
de polvo y nieve,
para posar sus alas
de viento, leves,
y descansar, anónima,
definitivamente.
Pueblos blancos de La Mancha,
llenos de luz y de sol:
Torre de clara espadaña,
mansión de noble blasón,
calle larga y empedrada,
desabrido corralón,
reja herrumbrosa, plazuela
perdida, viejo farol
que no alumbra, recoleto
jardín, mohoso portón,
soportal, Ayuntamiento,
paseo, calle Mayor...
No quiso echar raíces.
Odió lo que tenía de sedente
y ansió pasar, ingrávida,
sin detenerse,
queriendo no saber de sus finitas
e impertinentes
limitaciones,
ni de su brega estéril.
Amar, ¿para qué amar?
¿Por qué ir amando todo, corazón,
si Dios te va poniendo en el camino
fronteras dolorosas?
Yo paso, paso siempre...
Mi corazón se queda...
Soñó, más tarde,
calladamente,
mil sueños de perdurabilidad,
que iba intuyendo, al mismo tiempo, infértiles.
¿Cómo al morir podré dejaros algo
que os mueva a amarme un poco,
que os hable de este pobre sentimiento mío
que me ha hecho amar y amarlo todo?
¿Cómo podré vivir después de muerto
dentro del corazón de aquéllos que amé tanto?
No soy más que mi voz escrita.
Tomadla. Yo os la lego para siempre,
sencilla, con la seda temblorosa de mis versos.
Ahora vaga
por su rodal del éter,
por su parcela cósmica,
que es suya solamente,
indivisible y única,
desamparada, inerme,
viajera sin destino, dardo apátrida,
jirón de luz que pasa y ya no vuelve.
Preguntadme, que hoy soy yo, solamente
sentimiento y palabra
de la tierra que me empuja a la tierra,
que ha de serme mañana
sepultura maternal, generoso
beso cálido de halda.
Dejadla así. No oséis turbar su sueño
de infinitud. Dejadla así, que vuele
ligera y libre de terrenas trabas.
Dejad que sueñe
su sueño furibundo,
su sueño indiferente.
Dejadla vagabunda, solitaria,
romántica, pequeña, vehemente,
sincera, humilde...
Que no despierte.
Dejadla así, en su sueño.
Que no regrese
de su parcela cósmica,
de su rincón del éter.
Agosto de 1983
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VERSOS VIAJEROS.
Las siguientes composiciones fueron escritas entre los
días 1 y 10 de abril de 1983, con motivo de un viaje que
realicé a tierras malagueñas y granadinas.
LA NUDISTA.
Sólo te vi un instante,
mujer, o ninfa, o diosa.
Ya no podré olvidarte.
Te vi, sube que sube,
desnuda, caminante,
por las agrestes cumbres
que llevan a Trevélez.
Tus carnes contrastaban
con las laderas verdes.
Te vi sólo un momento:
cabellos destellantes,
blancos y erectos pechos.
Te vi. Me hirvió la sangre.
Te me metiste dentro.
Ya no podré olvidarte.
Granada.
LA ALPUJARRA.
El coche sube, sube,
por las laderas pinas,
conquistador de cumbres.
El cielo azul y limpio
y el fresco de los montes
alertan los sentidos.
Soñando -arriba, abajo-
llenos de luz, destellan
los pueblos, descolgados
perdidos, como vómitos
de la montaña, blancos,
roqueros, silenciosos.
Y el corazón en calma.
Y el coche sube, sube.
Y el alma, solitaria.
Granada.
SERRANIA DE RONDA.
No hay sol aún. Detrás
de mí se va quedando
la línea de la mar.
Delante, el rosicler
incierto y circunfuso
del lento amanecer.
Ya está vistiendo abril
de malvas y amarillos
la serranía gris.
Me va alegrando el sol
que asciende hacia las cumbres
conforme asciendo yo.
Sesgada, en la quietud
de la mañana, Ronda,
como un caudal de luz.
Marbella.
CANSANCIO.
Sobre un mar, aún sangriento
de sol, se mira el cuarto
menguante tempranero.
La tarde en calma seda
mi corazón cansado,
mi voluntad viajera.
Me pesan los sentidos.
El cuerpo va exigiendo
un alto en el camino.
Reverberando, al sesgo
del mar, Torremolinos.
Bullicio. Me detengo.
Colgándose del aire
dorado del crepúsculo
se ve el cuarto menguante.
Torremolinos.
LA RONDALLA.
El son de una tonada
gentil me ha desvelado.
Las dos de la mañana.
Hasta mi lecho llegan
cien risas rebotadas
en la íntima calleja.
Postigos entreabiertos.
Batir de celosías.
Palabras. Cuchicheos...
Detrás de las ventanas
-hervor de camisones-
están las colegialas.
Y bajo los balcones
-hervor de terciopelos-
están los rondadores.
Torremolinos.
DAMA DE LA TARDE.
La brisa de la tarde
me trae, con los aromas
del mar, tu aroma suave.
La brisa, juguetona,
remueve el oro fino
de tu melena blonda
y hace que se entrevelen
tus ojos luminosos,
intensamente verdes.
La brisa, veleidosa,
dibuja y contonea
tu cuerpo ágil de diosa.
Nereida de los mares:
¡Ay, quién pudiera ser
la brisa de la tarde!
Nerja
TRES BILBAINAS.
La tarde declinada,
desde las cumbres bajo,
camino de Granada.
Sobre un verde ribazo
recortan su silueta.
Son tres. Me dan el alto.
Sierra Nevada al fondo,
contra un cielo sangriento
y hermoso. Las recojo.
Son tres. Son bilbaínas.
El coche se me llena
de voces y de risas.
La tarde declinada.
Sierra Nevada al fondo,
camino de Granada.
Granada
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DÉCIMAS VIAJERAS.
Estas décimas fueron escritas entre los días 2 y 20
de julio de 1983, durante un viaje realizado por la
Andalucía occidental, con motivo de la obtención
de unos reportajes fílmicos.
RIO GENIL.
Nacido altivo y montés,
señor de Sierra Nevada,
se hace piropo en Granada
cantar en Loja y, después,
en Córdoba, cordobés,
y en Écija, sevillano,
para entregarse en el llano
de Palma del Río al río
Guadalquivir.¡Oh, bravío
río Genil soberano!
MEDINA AZAHARA.
Córdoba a lo lejos, clara,
castigada por la impía
luz del sol de Andalucía
Y entre el rastrojo y la jara,
lo que fue Medina Azahara,
lo que queda de la gloria
de Al Andalus. Sólo historia,
sólo piedras maltratadas
por los siglos, arrasadas.
Sólo ruinas y memoria.
CÓRDOBA.
Duerme su sueño romano,
judío, cristiano y moro,
la insigne Córdoba de oro,
la de Séneca, el humano,
la de Góngora y Lucano,
la Córdoba que hace honor
de su pasado esplendor:
la de Osio y Abderramán,
Averroes, Ibn Hazam,
Maimónides y Almanzor.
ÉCIJA.
En las parvas amarillas,
desparramada en los llanos
infinitos sevillanos,
ciega de soles y arcillas,
alza sus cien giraldillas
la antigua Astigi romana,
la Écija musulmana,
la que guarda en la angostura
de las calles su estructura
setecentista y galana.
PARQUE DE MARIA LUISA.
Unos ojos soñadores
de mujer en la glorieta
sola, umbrosa y recoleta.
Sinfonía de rumores
en el parque. Surtidores.
Cien caballos. Cien profusas
galopadas circunfusas.
Bécquer duerme entre la yedra
su níveo sueño de piedra
rodeado por las musas.
LA TORRE DEL ORO.
La tarde se va a morir
con un desmayo indoloro
sobre la Torre del Oro.
Y el río Guadalquivir
no quiere ya proseguir
su camino hacia la mar
que se ha venido a prendar
de la torre, que sonríe
y en cien bronces se deslíe,
coqueta, al verlo pasar.
CARMONA.
Refulge el sol en los muros
y en las torres de Carmona
que trepa y que se amontona
por los escarpes oscuros
que la cercan. Intramuros,
se retuercen las callejas
blancas, típicas y viejas,
cargadas de evocadores
silencios, llenas de flores,
alardeadas de rejas.
MOGUER.
No imagino ver correr
por este soleado estero
la figura de Platero
ni es el campo de Moguer
el mismo campo de ayer,
pero aún late el corazón
juvenil de Juan Ramón
en la iglesia de la plaza,
en las calles y en la traza
sutil de cada rincón.
PUNTA DEL SEBO.
Allí donde el río Odiel
y el río Tinto se funden
en uno sólo, confunden,
en suavísimo oropel,
mar y cielo su papel.
Huelva, Palos, monumento
de Colón, blanco convento
de la Rábida, marismas,
que son las esencias mismas,
la raíz del Descubrimiento.
AYAMONTE.
En la radiante mañana
de julio, surge Ayamonte,
dormida en un horizonte
brumoso: Puerto, Aduana,
bullicio, río Guadiana,
Atlántico, sol y sal.
El pueblo, ciego de cal,
asentado en una loma,
sube a lo alto y se asoma,
diáfano, a Portugal.
DESDE LA CALETA.
Sobre el espejo del mar
se deshace en resplandores
un sol denso. Pescadores
del ocio hacen tremolar
sus mil cañas de pescar
a lo largo del rompiente.
Se escucha el mar. Se presiente
la excelsitud del misterio
que vive en el cautiverio
de su seno inmarcescente.
EL PASO DEL ESTRECHO.
A un lado, la milenaria
Tarifa, al otro, Algeciras,
y, al fondo, en un mar sin iras,
encalmado, Africa, varia,
misteriosa y legendaria,
difusa en la oscura bruma
de la mañana. Me abruma
ver a los barcos cruzar
el estrecho y dibujar
blancas estelas de espuma.
CANSANCIO.
La noche me ha sorprendido
por los campos de Jerez
de súbito. Son las diez
de la noche. Estoy rendido
por el largo recorrido
de la jornada. Me van
pesando deber y afán.
La ciudad no está lejana.
Buscaré en ella una humana
presencia, cobijo y pan.
ARCOS DE LA FRONTERA.
Está declinando el día,
duro, denso de calor ,
activo y agotador.
El cuerpo, cansado, ansía
descanso. En la lejanía,
recortada en un barranco
se vislumbra Arcos, a un flanco
su roquero Parador
y al otro, deslumbrador,
el pueblo, empinado y blanco.
SIERRA DE GRAZALEMA.
Repite su eterno tema
de cumbres, de pueblos blancos,
de inaccesibles barrancos,
la sierra de Grazalema,
brusco y roquero poema
que, desde los pedestales
de sus cimas celicales,
hacia la tierra se asoma:
Zahara y Benamahoma,
Ubrique y Algodonales...
ATARDECER EN EL MAR.
La tarde se está acostando
sobre el espejo del mar.
La tarde se va a acabar,
se acaba, se está acabando.
Y yo, que la estoy mirando,
de regreso ya al hogar,
cansado de tanto errar,
quisiera irme abandonando,
como la tarde, soñando
con la tarde y con el mar.
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OCTAVILLAS VIAJERAS.
Compuse estas octavillas durante los días 1 a 6 de
agosto de 1983, durante un viaje realizado por tierras
almerienses.
VÉLEZ BLANCO.
Pulcra y tersa, Vélez Blanco
reverbera en la calima
de agosto, sobre la cima
rocosa, ciega de luz,
como una flor solitaria,
cercada por los breñales
resecos de los eriales
y bajo el cielo andaluz.
SIERRA DE FILABRES.
Alza su mole desnuda,
desértica, obsesionante,
blanquecina, alucinante,
como un paisaje lunar,
la sierra de los Filabres,
dejando al alma que pasa,
nostálgica, sola y lasa,
más solitaria al pasar.
EN LA PLAYA
Es mediodía. Roquetas.
Me tiene preso el sentido
su pecho joven y erguido,
blanquísimo, de coral,
que contrasta fuertemente
con su figura morena,
tendida sobre la arena
de la playa, angelical.
ADRA
Extiende Adra, entre la caña
de azúcar y la pitera,
su presencia marinera,
su raigambre secular,
perdida en la noche antigua
de la andadura fenicia,
mecida por la caricia
bracitendida del mar.
MOJÁCAR
Al sesgo de los aromas
montaraces, espontáneos,
y de los mediterráneos
arrullos, bajo el azul
desvanecido del cielo,
se yergue, blanca, Mojácar,
como una joya de nácar,
como un torrente de luz.
CANSANCIO.
Aguilas, en el camino
de regreso. Es mediodía.
La plaza, sola y umbría.
Las calles, llenas de sol.
El calor lastra mi cuerpo
y va llenando de calma,
sediciosamente, el alma,
y de abulia, el corazón.
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DESDE LA TERRAZA.
Escribí estos cuatro poemas desde la terraza de mi
habitación, en la séptima planta de un hotel de Benidorm,
durante una estancia en la ciudad cosmopolita y
aprovechando mis horas de descanso en el sol fuerte de la siesta.
Agosto de 1983.
EL CEMENTERIO.
Sesgado, en la pendiente,
gris y pequeño,
yergue sus viejos muros
el cementerio.
Ennegrecidas tumbas,
enmohecidos
y sucios panteones,
eucaliptos.
Contrastan con su porte
rancio y caduco,
coches multicolores,
cuerpos desnudos.
Lo asfixian, alevosos,
moles ingentes
de cien apartamentos
y cien hoteles.
Mancillan, sin respeto,
su paz nocturna,
ruidosas jacarandas,
ritmadas músicas.
Mirando el cementerio
se me ha ido el alma
desde el umbral en sombra
de la terraza.
¿QUIÉN DE LAS DOS?
Las dos tienen cautivo
mi corazón.
Las dos me vuelven loco.
Quiero a las dos.
La del segundo es rubia,
vivaz e inquieta;
morena la del cuarto,
delgada y seria.
A la hora de la siesta
posan, al sol,
tendidas en el suelo
de su balcón.
La rubia tiene pechos
voluminosos,
esféricos, flotantes,
suaves, lechosos.
Y la morena tiene
pechos menudos,
erectos, prietos, cónicos
y puntiagudos.
La rubia o la morena?
¿Quién de las dos?
Las dos llenan de gozo
mi corazón.
TORMENTA.
De pronto ha desplegado
sus alas negras
el cuerpo gigantesco
de la tormenta.
Relámpagos flamívomos
y anchos, dibujan
fantasmas esotéricos
en las alturas.
Armipotentes truenos
llenan de grave
y horrísonos retumbos
los gríseos aires.
Una cortina de agua,
que cae con ira,
va haciendo más confusa
la lejanía.
Sonoros goterones,
sucios regatos,
encauzan sus caudales
calles abajo.
Me ponen, sin remedio,
tormenta y tarde
pavor en la mirada,
hielo en la carne.
NOCTURNO.
Llegan hasta mi lecho
suaves y fúgidos,
los dedos inasibles
del plenilunio.
Traviesos y volubles
duendes de plata
pueblan de misteriosas
danzas la estancia.
Afuera se confunden
luces y estrellas,
en la radiante noche
benidormeña.
La amable madrugada
lastra de plomo
mi cuerpo y mis sentidos.
Cierro los ojos.
La noche, redentora,
me va poniendo
cegueras en el alma,
seda en el sueño.
ENERO-AGOSTO 1983.